Tabanera de Cerrato y la soberanía de la alegría: historia de una casa de baile

Texto y fotos: Miguel Sánchez González

Corría el año de 1.920 y un viajero se encontraba recorriendo parte de estos territorios. No era común ni fácil moverse por estas tierras nuestras de Castilla, pero él era un entusiasta y una persona valiente. Hacía kilómetros y kilómetros empapándose allá por donde pasaba de la cultura de los pueblos que visitaba. En la lista de los lugares a los que llegó, se encuentra el monasterio de Santa María la Real (Aguilar de Campoo), donde pronunció la siguiente frase: «Hasta una ruina puede ser una esperanza».

El viajero era Miguel de Unamuno, y la anécdota se cierra del todo cuando se sabe en esta historia que, unas décadas más tarde, el arquitecto y viñetista Peridis, con gran acierto y amor por el patrimonio, cogió el guante que lanzaba Unamuno y logró reconstruir -con otras personas apasionadas y formadas como él- este precioso monasterio.

Si el viajero Unamuno hubiera pasado unas décadas más tarde por la emblemática comarca palentina del Cerrato y hubiera llegado hasta el pequeño pueblo de Tabanera se hubiera encontrado un barrio -en parte fantasmagórico, pero tristemente bello- de casas de adobe que, desde la década de los 50, caen y  regresan lentamente a la tierra de la que salieron.

Toda una metáfora visual de lo más duro que trajo el éxodo rural desde esta década de 1.950 y que año tras año, por norma general, se recrudece.

Cuando Héctor Castrillejo y Carlos Herrero (alma máter del grupo de música El Naán) llegaron a Tabanera de Cerrato hace casi 20 años, no sé si vieron esperanza en estas ruinas. Pero, después de haber viajado por todo el planeta, con convicción y amor por esta tierra, decidieron establecer sus proyectos de vida en esta pequeña localidad que por entonces mantenía en el padrón apenas 35 habitantes, Tabanera.

Hoy, el pueblo dobla esa población. Están a punto de llegar a los 80 habitantes.

Carlos, Héctor, y pronto otras personas amigas y compañeras de vida y proyectos como Marta Valdivieso, Noelia Barreales, Sara Días o Javi Valdezate, se sumaron y se establecieron allí. Han generado un universo donde convergen espacios de convivencia y de respeto por la cultura rural campesina, y la economía sostenible y circular (de verdad) .

Con el proyecto musical de El Naán han logrado, desde una mirada universal y contemporánea sobre las músicas de raíz de Castilla (y de otras zonas rurales del mundo) llegar a más de 40.000 personas en escenarios como el Wanda Metropolitano de Madrid, haciendo piña con el grupo de música indie Vetusta Morla. Han aparecido con dignidad y orgullo en la BBC de Gran Bretaña, en programas de «prime time» como Hoy por Hoy de la Cadena Ser, y en multitud de festivales y plazas de localidades de muchos lugares de la geografía mundial.

El Naán es todo un referente en la música folk de reelaboración. Crean sus propias poesías. Se inspiran en las canciones de nuestros pueblos. Y llegan a los corazones de las personas que les escuchan porque saben transmitir mensajes ancestrales, poderosos, que nos conectan con la naturaleza, que nos conectan con nuestros antepasados, y que nos ponen a bailar sin vergüenza. Sin complejos. Con alegría.

 

Ellos son un barco que navega firme en un mar donde la identidad cultural territorial y  la conexión con el entorno natural se mueven sin rumbo, desorientadas, entre mareas salvajes, unas veces, y entre aguas adormecidas y excesivamente calmadas otras. 

El proyecto musical de El Naán no debió de parecerles suficiente, así que crearon, junto a otras entusiastas personas que les acompañan, la Universidad Rural del Cerrato Paulo Freire. Un templo abierto al conocimiento y la divulgación sobre los saberes campesinos -milenarios, pero también actuales- desde donde desarrollan una perspectiva crítica y transformadora sobre la agroalimentación, el impulso de la artesanía…y fomentan los valores y la ética comunitaria a la hora de relacionarnos con nuestro entorno.

 

Ovejas que corretean. Huertos. Decenas y decenas de árboles frutales. Y personas que, en cooperación, levantan de nuevo casas de adobe y otros modelos de bioconstrucción.

Todo esto lo podemos encontrar si caminamos junto al arroyo en Tabanera. Junto al barrio viejo de casas de adobe que se siguen cayendo, ahora podemos ver cómo se erigen otras casas que se están llenando de vida. Tanta vida, que una de las últimas alegrías del pueblo es que se  volvió a abrir el colegio para dar educación a cerca de una decena de niñas y niños.

 

Desde la Universidad Rural reivindican «La soberanía de la alegría». Un enunciado precioso que transmite una filosofía de vida aplicable (como se demuestra en sus casi 20 años ya de proyecto social, cultural y vital) donde sentirse felices, en equilibrio, en comunidad, y en constante aprendizaje. Un saber vivir desde el compartir que también llega al baile. 

Y de eso va el nuevo proyecto de la Universidad Rural del Cerrato: la adquisición de un antiguo salón de baile construído a principios del siglo XX y que durante muchas décadas fue tienda de ultramarinos, cine, bodega, cafetería y ofrecía también un servicio de transporte colectivo entre los pueblos.

Su intención es volver a dar vida a este caserón de hace más de 100 años, llenándolo de actividades e iniciativas culturales, generar residencias artísticas, y establecer una sede social permanente para su Universidad Rural, entre otros usos.

 

Actualmente este proyecto se encuentra en un proceso de búsqueda de financiación a través del método de crowdfunding desde la plataforma www.goteo.org.

Bar, supermercado, y hasta una radio comunitaria (radio K.Jabalí) son algunos elementos más que hacen que este pueblo esté viviendo un momento de expansión vital, social y cultural tan bonito. 

 

Parece un cuento de los que, quizás ahora, le hubiera gustado narrar a otro Miguel legendario, Miguel Delibes. Él, que caminó entre el pesimismo vital y la esperanza.

 

Pero no es un cuento. Es una realidad. Un sueño que se ha materializado. Una esperanza sólida para creer que es posible vivir de otra forma distinta a como dictan los cánones que se alimentan del ruido superficial y vacío que se producen en el seno de los núcleos urbanos.

En Tabanera suenan los cantos de los pájaros. Pero no porque se hayan quedado en la cabeza de personas soñadoras.

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