Terminamos de escribir la primera parte de nuestra crónica del Sonorama, “Una crítica honesta desde el barro” y nos dimos cuenta de que no había ni una sola mención a la música. Esto no se debía al desinterés sino más bien a la prudencia. Nadie en la redacción es crítico musical y dudamos mucho que nuestros pinitos como dj,s nos autoricen a defender una opinión categórica sobre el asunto. Aún así, el Sonorama es un festival de música, uno de los más importantes del país y no podíamos dejarlo así. Lo que sigue no es una crítica sino más bien una comentada, como la que harías con tus amigas en una terraza, recogiendo todo lo que te llamó la atención. Si alguien busca una crónica musical más pormenorizada y profesional le recomendamos la de nuestro amigo Martín Corral para Mondo Sonoro. Aquí vamos a hacer simplemente dos menciones especiales -subjetivas- y a intentar no decir ninguna barbaridad.
Mención especial a las mujeres
La zowi. Este año, la apuesta más desviada del target general del Sonorama, que siempre se permite algún guiñito atrevido, y quizá por eso convenientemente colocada el miércoles. La zowi te puede gustar más o menos e incluso te puede escandalizar (que es un poco su objetivo, en realidad), pero no puedes negar una cosa: que nadie hace mover más el culo a las chavalas. Tuvimos la suerte de vivir el concierto de cerca y rodeadas de lo que en su época se llamaban ratchets, un puñado de ratchets perfectas con conjuntos imposibles y tanto impulso dancístico como las propias bailarinas (nos incluimos en esto último). La zowi quizá no tiene una capacidad vocal increíble, y aunque ha ido puliendo su propuesta con los años, está claro que no tiene por referencia a Beyoncé, pero es una artista 100% real, una leyenda viva de nuestra generación y un símbolo para todas las chicas que en 2017 teníamos ganas de hacer lo que nos diera la gana y no sabíamos bien cómo expresarlo. Larga vida. Destacable la conexión que tuvo con el público de Sonorama, que creo que le sorprendió y emocionó incluso a ella misma.
Sara Socas. Verdaderamente, también una propuesta desviada del target general del Sonorama. A pesar de que solemos relacionarla con el freestyle (y también freestyleó), Sara nos sorprendió con un espectáculo cuidadísimo y sofisticado, con una corista inclasificablemente buena y una banda completa de teclado, batería, guitarra…unas letras potentes, políticas y una interpretación rabiosa y rotunda, que nos emocionó a los pocos minutos de empezar el concierto. Muy guay.
Las ginebras. Ya las habíamos visto en el Palencia Sonora con este mismo show, pero en este caso era la última vez que lo representaban y estaban emocionadísimas. En realidad, ahora que lo pienso, en Palencia también estaban emocionadísimas. Creo que ellas son así. Es precioso ver un grupo de amigas sobre el escenario disfrutar así y hacer disfrutar así. Coincidió con el atardecer y fue una acierto porque son tan bonicas como una puesta de sol.
Sobre el concierto de Amaia ya han corrido ríos de tinta (y no es para menos) así que no haremos llover sobre mojado pero wow. Con muy poco la niña de Pamplona es capaz de llenar una catedral, un campo de fútbol, un helipuerto. Tan delicada y tan mágica y al mismo tiempo poderosísima. No podíamos quitarle los ojos de encima. Embobadas.
Judeline también estuvo increíble, siendo quizá la única pega que se nos hizo cortísimo. La puesta en escena de un disco tan sexy como Bodhiria tenía que ser igualmente incandescente y vaya si lo fue. Mención especial para el bailarín principal, que se comió el escenario. Hay quienes apuntan que llegando incluso a opacar a la arista, pero nos parece tan aburrido ese rollo de exigirle a las artistas mujeres abarcar absolutamente todo al mismo tiempo. Además, la presencia misma de Judeline es lo suficientemente artística como para que el peso del baile puedan llevarlo otros. Mención especial también para la pareja que se prometió en medio del concierto, emocionando a la artista, y para la voz y la interpretación de nuestra chica de cristal, que nos puso la piel de gallina varias veces.
Delaporte era una de nuestras artistas favoritas de todo el cartel y no nos defraudó ni un poquito. Brutal cómo conectan con la música y cómo hacen conectar al público, da igual lo grande que sea. Tienen una emocionalidad purísima, casi litúrgica que, si te dejas, te hipnotiza. Los pogos en sus conciertos son obligados y quizá lo único que no nos gustó mucho fue lo masculinizados que estaban (con todo lo que ello implica), a pesar de que Sandra siempre defiende un pogo más femenino, más suave, más inocuo (en muchos directamente no participamos -aunque nos encantan- por miedo a partirnos la crisma). Chavales, se pueden hacer pogos saltarines y amables, no siempre hay por qué enfocar el asunto desde la máxima brutalidad. Mirad a ver. Aunque en líneas generales muy buen rollo, el cierre perfecto.
Menciones también para Chambao (otra leyenda viva aunque en este caso de los veranos de nuestra infancia), para el electropop Javiera Mena, el lofi de Natalia Lacunza , las tiernas neobaladas de Gala Durán el tecnazo duro e irreverente de una increíble Zahara. Todas perfectas (ya advertí que no éramos críticas musicales)
Y con la última mención femenina pasamos a nuestra otra sección, que es para lxs artistas castellanxs.
Cristina Len. La gran Cristina Len. Pf. Quedaos con este nombre si queréis poder ir de chulas después diciendo que vosotrxs la escuchábais antes, desde que ganó el Talento Ribera y actuó en el Sonorama para un público disperso en el escenario pequeño (digo yo que si ganan el premio Ribera ¡tendrán que actuar en el escenario Ribera!). Nosotras la conocíamos desde antes de eso incluso, pero nunca la habíamos visto en directo. Ella es, simplemente, una diva. Igual que Sandra en Delaporte, tenía cierto control sobre el sonido con una mesita pequeña instalada en el pie de micro y el sonido era una electrónica grave que te hacía reverberar el esternón entero, con una calidad estratosférica, una pasada. Los visuales eran preciosos, las letras eran preciosas, su interpretación era preciosa, pero su voz…¡¡¡su voooooooooz!! Gente, de verdad, insistimos. Alerta. Estamos ante una verdadera diva. Intentaremos que pronto podáis comprobarlo a través de alguno de nuestros eventos. Además de diva, por cierto, Cristina es inteligentísima y tiene un discurso armado y reposado sobre la crisis del mundo rural. En la entrevista que publicamos con ella hace meses se podía ver, pero lo confirmamos después hablando entre bambalinas. Se vienen cositas.
Mención especial a lxs artistas castellanxs
Barry B. Tenemos que empezar por aquí porque Barry no sólo es castellano, si no que es arandino, 100% producto de la riquísima Ribera del Duero. Precisamente lo conocimos en El Burgo de Osma, no lejos de Aranda, en el evento que celebramos con el Virrey y al que Barry vino a cantar. Allí conocimos también a Juan Carlos y por eso terminamos cubriendo el Sonorama. Desde aquel 31 de noviembre la carrera de Barry B , que ya pintaba increíble (colaboración con Carolina Durante incluida), ha seguido la trayectoria de un cohete a la luna. Y precisamente así debió sentirse el artista el viernes 7: literalmente poniendo el pie y la bandera sobre la superficie misma de la luna. Sólo que en este caso la luna era su pueblo. A veces no hace falta salir del pueblo para tocar el cielo, os lo venimos diciendo … Se supone que siempre hay conciertos que marcan un antes y un después en la carrera de un artista y nos cuesta imaginar que el de Barry no fuera éste. Lo mejor de todo era la confianza que exudaba por cada poro, lo contento que estaba, lo agusto. Ver disfrutar a un artista te hace disfrutar a ti y a Barry B lo disfrutamos mucho todxs lxs que estábamos allí, incluso cuando nos hizo llorar a mares subiendo a cantar a su prima pequeña, durísima noqueadora de una leucemia y fan acérrima de su primo. Mil hurras por Barry B que, en el pueblo que le vio nacer, frente a familia y amigos de siempre, llegó a la luna consagrándose en la humilde e inexperta opinión de quien escribe, como uno de los mejores artistas de este país.
Siloé. Bueno. Tiene delito. Compartimos ciudad con ellos, pero nunca los habíamos visto actuar. Quizá porque no son nuestro estilo, o quizá por aquello de que cuando te ponen algo delante de los ojos, demasiado cerca, dejas de verlo. Y a Siloé los hemos tenido muy de cerca en todas partes en los últimos años porque no han parado de arrasar. Y el caso es que nunca los habíamos visto. Por fin lo hicimos, y pudimos entender el furor que están causando dentro y también fuera de los límites de nuestra provincia. Decía que es genial cuando un artista disfruta en el escenario, pero lo que hace Fito está casi más allá del disfrute. Cuando empezó el concierto (como al parecer es su costumbre) entre la masa del público, más que cantar declamaba, salmodiaba. Parecía un profeta. Si de Delaporte decía que son casi litúrgicos esto era otro nivel, algo mesiánico. No sé si tendría que ver con la cruz que adornaba el centro del escenario, pero desde luego el vocalista estaba completamente imbuido por el espíritu y la pasión de lo que estaba cantando. Convencidísimo. Todos lo estaban, en realidad, durante todo el concierto. Así es imposible no emocionar. Siguen sin ser mi estilo y es cierto que la estética country no termino de entenderla, pero se han ganado de manera aplastante mi admiración para los restos.
Delgao. El segoviano en cambio sí está dentro de nuestra esfera musical y estamos muy familiarizadas con su proyecto y con él desde que coincidimos en su concierto en Segovia el año pasado (bueno y desde que existía Go Roneo y éramos fans, que hasta les dedicamos un artículo cuando se separaron). Fue muy guay porque, como contaba en su Instagram, venía directo de la boda de su prima así que lo sometió a votación popular y al final se presentó con el traje. Siempre cariñoso y cercano con su público, empezó tocando sus grandes éxitos antes de dar paso a las canciones de su nuevo disco, cosa que la comparecencia supo agradecerle. Siempre fresco y elegantemente kinki, esta vez lo formal de su atuendo ofrecía un contraste muy gracioso, que imagino que desconcertaría bastante a quienes no conocieran previamente al artista.
El nido en la Plaza del Trigo. Vale, nos los perdimos. Pero hemos visto tantos vídeos y oído hablar TANTO de este bolo que casi sentimos que estuvimos allí. Folklore, baile, gritos por Palestina. Los burgaleses son maestros en conectar de manera profunda con el público y en poner a moverlo y a bailar jotas como un grupo de alegres títeres castellanos. Se comenta que hicieron lo suyo, revolucionando la plaza y dando uno de los conciertos más divertidos y disfrutables del festival. Y sin duda el más castellano. Delaporte salió con ellos a bailar el remix de Tucucu (uno de los que se han hecho de la canción con Rodrigo Cuevas a la que también se dedicó aquí un artículo), cosa que habríamos de verdad deseado ver. El año que viene no pensamos perdernos ni el domingo. Y nos consta que El nido estará allí de nuevo, primera confirmación como son del cartel 2026.
Sanguijuelas del Guadiana también actuó en la Plaza del Trigo. No son castellanos, si no extremeños, y tampoco pudimos verlos, pero estamos deseando hacerlo y os recomendamos muchísimo que los bicheéis. Reivindicación de la situación del rural, amor por las raíces, vuelta al pueblo y devoción al mismo…trajeron una charanga y a David Ruiz de La M.O.D.A de invitados. Son los mejores.
Aquí termina nuestra review musical. Faltan muchos nombres porque estas pobres chicas no son omniscientes y, como comentaba en el otro artículo, tuvieron que luchar bastante por su vida en un festival intenso como poco. Pedimos perdón si alguien se ha sentido olvidadx y recordamos de nuevo que no somos críticas musicales, pero sí opinadoras profesionales, amén de apasionadas de la música. Gracias, Sonorama, por invitarnos y por tener bien presentes a las bandas y músicxs castellanxs. Un beso a ellxs, a lxs músicxs castellanxs, especialmente a lxs que se acuerdan de su tierra y crean sobre ella, siendo la hojita verde que brota del tallo, que brota de la raíz.
Y dándonos al resto, sombra, disfrute y vida.