Quien esto escribe tenía 2 años cuando el Sonorama empezó a celebrarse en Aranda de Duero. En esa primera edición, en 1998, la entrada se pagaba en pesetas (¡¡en pesetas!!) y los organizadores tenían que pedir a la gente que se animara a entrar en el recinto porque estaba vacío (habréis escuchado esta anécdota en la prensa cientos de veces).
Todo ha cambiado soberanamente desde entonces. 28 años dan para mucho -os lo digo yo, que en ese tiempo ha transcurrido literalmente mi vida-, aunque siempre hay cosas que no cambian.
Algunas cosas que no han cambiado
–El festival se sigue organizando desde la Asociación cultural Art de Troya, con sede en Aranda de Duero. El arandino Javier Ajenjo sigue a los mandos. La estructura organizativa evidentemente se ha desarrollado -en la promotora cultural Planeta Sonoro, integrada por otros arandinos, Juan Carlos, Iván y Jose-, pero la asociación cultural sigue ahí. En tiempos de hipercapitalismo y tensión global, que la organización y financiación de un festival de estas dimensiones pueda ser más o menos independiente y autónoma es un valor a destacar y les permite, entre otras cosas, lanzar mensajes importantes de forma libre, como el apoyo al pueblo palestino y la reivindicación por un mejor servicio ferroviario en la zona.




–El pueblo sigue siendo Aranda de Duero y se siguen celebrando conciertos gratuitos en el casco viejo. Supongo que esto era irrenunciable, siendo arandinos los organizadores. Es cierto que recientemente se celebran también Sonorama México, Sonorama Ibiza y Sonorama Santander, pero la fecha clave sigue siendo la celebrada en Aranda, donde empezó todo. Y puesto que el propio Aranda lleva el apellido de su río, el Duero, resulta coherente y bonito que el patrocinador mayoritario sea el consejo regulador de Ribera de Duero, la mejor DO de vino que existe, si alguien quiere nuestra opinión. Esto es así desde el año 2009, en que el festival pasó a llamarse Sonorama Ribera, aunque muchos artistas cuentan, rememorando los inicios, que siempre hubo botellas de Ribera en los camerinos.
Besos desde el barro
Seguramente hay más cosas que se han mantenido a lo largo de estos años, pero sin duda esta lista se ve superada por la de cosas que han cambiado. Pasar de un festival de 300 personas a uno de más de 30.000 en cuestión de 10 años implica por fuerza ciertos cambios.
Un par de observaciones sobre el aforo, que para mí son irrenunciables si se quiere hablar con franqueza de la experiencia del festival. (Además, puesto que a los medios más constituidos les pusieron hotel y no camping, consideramos que podemos aportar aquí una visión distinta del panorama: la de unas alegres y batalleras periodistas en ciernes sin problemas para habitar el barro, que es lo que somos).
Tenemos el alma dividida y hemos pensado mucho en cómo podemos afrontar este tema. A mí, quién sabe si por mis ya casi 30 años o porque he estado en muchos festivales “micro” en mitad de parajes naturales de ensueño, me resulta muy difícil disfrutar en medio de una constante misión por la supervivencia. Entiendo que esto es parte de los festivales, incluso puede que parte del encanto de los festivales, pero en este caso las condiciones eran demasiado exigentes. Nivel Madmax. Es cierto que fue mala suerte que coincidiera con la ola de calor, pero, situándose toda la acción entre un polígono industrial atravesado por una carretera de 4 carriles y un pequeño bosque de pinos (que cualquiera de campo sabe que dan una sombra malísima), daba igual que hubiese habido 4 grados menos, el calor es infernal. Los coches desprenden calor, el asfalto desprende calor, las personas desprenden calor. Y muy habitualmente, casi todo el tiempo, tenías que estar rodeado de muchas, muchas, muuuchas personas.
Incluso estando en la zona de Glamping, tareas sencillas como tomarte un café o darte una ducha podían implicar más de 20 minutos de espera, así que no me quiero imaginar fuera de este sub-recinto de mayor comodidad. Y eso que zonas de ducha y baños no faltaban y que estaban colocados estratégicamente y con mucha inteligencia. Y eso que precisamente este año el aforo del camping se había reducido de 13k a 11.5k para mejorar la experiencia del usuario, decisión que deja clara una cosa: esta realidad de la que hablamos no es ajena a los organizadores, ni respecto a la zona de camping ni respecto al festival en general. En 2024, siguiendo esta misma lógica, se redujeron un 10% los abonos disponibles, aunque este año 2025 esa loable tendencia al decrecimiento se invirtió, batiéndose el récord de abonos disponibles y de asistencia al festival (en torno a 200k personas, contando todos los días y todos los espacios).
Resulta al 100% comprensible que si tienes un producto y éste es muy demandado quieras cubrir esa demanda y optimizar tus posibilidades llegando al mayor número de gente posible. En el caso del Sonorama, técnicamente, esta ampliación constante ha ido siempre acompañada de una ampliación de servicios y logística, de manera que fuera digerible por el propio festival y sus usuarios (mejoras en la distribución del recinto, barras rápidas…). También, cabe decirlo, han utilizado este crecimiento para hacer crecer siempre la oferta artística, que a día de hoy es demencial en cuanto a variedad, cantidad y calidad, cosa que supongo que los usuarios habituales agradecen mucho.
Supongo que el Público -aka El respetable- sabe, que pensar que la masa no tiene criterio es elitista y absurdo y que y si año tras año el Sonorama sigue vendiendo miles y miles de abonos y siendo una cita imperdonable para tanta gente, por algo será. Pero las cosas como son: estas chicas soñadoras y ecologistas sí fantasean con la idea de que Sonorama retome y estimule esta bonita tendencia al decrecimiento que había empezado, la única que puede salvarnos del colapso y la única que puede hacer que el festival siga mejorando con los años, como el buen vino. Puestas a soñar y a lanzar peticiones, nos parece que sería muy bonito que la ribera del Duero tuviera más protagonismo, esta vez hablando de forma literal -los márgenes del río- no de la denominación. Para nosotras, el mejor escenario de día es sin duda alguna Charco, donde puedes bailar agusto, entrar y salir del meollo sin molestar a nadie, tumbarte en la hierba a descansar en la sombra fresquita de los árboles que beben del río, respirar un poco de naturaleza…Además, este año se ha instalado allí la carpa de la ciencia, el escenario Big Bang, propuesta muy interesante y muy atractiva para el público familiar (¡daban helado hecho con nitrógeno líquido!).
También, ya que estamos pedigüeñas, nos gustaría ver más protagonismo de lo gastronómico en el futuro, ya que el Sonorama se define a sí mismo como “Festival de música y gastronomía” (se entiende que por la presencia clave de la DO Ribera del Duero y Tierra de Sabor, el sello de calidad de los alimentos de CyL). Este año la zona de comida estaba en una parte separada del recinto y aunque no pudimos explorarla bien, porque estábamos en modo supervivencia y ejercitando la paciencia en interminables colas, nos dio la sensación de que primaba el food truck de comida rápida y que la propuesta gastronómica estaba lejos de estar tan cuidada como la musical.
Pero más allá de comentarios puntillosos que nos sentimos en la obligación de hacer (porque en esta revista somos 100% independientes y estamos casadas con la verdad y nos encantan las puntillas):
Cosas dignas de aplauso
-La accesibilidad. El festival contaba con un programa de accesibilidad cuidado y riguroso. Con su zona preferente en el camping, su punto de accesibilidad permanentemente activo y con atención personalizada desde días antes del comienzo de la cita, a través de cuestionarios donde los usuarios podían especificar sus necesidades concretas. Una cosas que nos pareció una chulada: el escenario Ribera de Duero estaba adaptado a las personas con discapacidad auditiva, esto es: traductores simultáneos a lengua de signos (que interpretan hasta la música, precioso de ver) y “subtítulos” en la pantalla grande con las letras y las intervenciones de los artistas. Que en un festival de estas dimensiones la organización haya trazado laboriosa y concienzudamente un caminito adaptado para que cualquiera pueda disfrutarlo, dice mucho y constata el último punto de esta lista de aplausos.
-La reivindicación por el tren de Aranda. La agrupación ciudadana Plataforma por el ferrocarril directo (Burgos-Aranda-Madrid) desplegó, con el beneplácito del festival, 5 pancartas de gran tamaño en 5 enclaves estratégicos. En el más emblemático, La plaza del Trigo, el propio alcalde respaldó esta iniciativa en su discurso de bienvenida y remarcó la necesidad de restaurar esta línea ferroviaria, agradeciendo al festival el dar voz a esta cuestión, tan importante para los vecinos de Aranda “¿os imagináis venir el año que viene en tren? bueno, y el resto del año, que tenéis que venir a hacer turismo también” interpelaba a una animadísima y abarrotadísima plaza del Trigo. Y es que los trenes son una herramienta fundamental para vertebrar el territorio rural (no sólo con líneas rápidas como la que se reivindica aquí, si no también con cercanías). Tenemos que tener esta idea clarísima y la reivindicación en la punta de la lengua siempre.
-La zona de prensa. Como decía al inicio, estas intrépidas reporteras están más que acostumbradas al barro. Hemos cubierto festivales en los que nos han tratado a patadas y sobrevivido. Aquí, aunque es cierto que podrían habernos tratado mejor (no tiene sentido ofrecer dietas a medios potentes y no a los medios pequeños, que comemos igual y tenemos menos recursos ¡si volvemos, queremos lechazo!), la prensa tiene su espacio, un espacio laboral en condiciones. Con sus zonas de trabajo, sus zonas para entrevistas, su aire acondicionado, sus cargadores, sus lockers (aunque estos últimos escaseaban). Un sitio donde trabajar agusto, en definitiva. Suponemos que en todos los festivales grandes hay uno, pero como no somos usuarias habituales no lo sabíamos y fue muy agradable. Además nos valió para conocer a otras amigas periodistas, que nos llevamos para siempre en el bolsillo. Un beso para ellas. A.P.S
-La reinvindicación por el pueblo palestino y en contra de todo tipo de violencia. Aquí no nos entretenemos mucho porque no queremos ponernos ni poneros tristes. Esta es una crónica alegre y desgarbada sobre un festival en el que nos divertimos muchísimo, pero a momentos es verdad que se te vienen a la cabeza imágenes de las que saltan cada día en redes y que desgraciadamente son ventanas a otra realidad y piensa una “no sé qué estamos celebrando”. A mí me pasó un poco hacia el final del concierto de las Ginebras. Cuando estalló el confetti se me vino todo esto a la cabeza y me disocié heavy. Sonorama, al menos, no hizo como si nada. Además de las proclamas en las pantallas de los escenarios principales entre concierto y concierto condenando todas las violencias, tuvieron a bien, en medio del increíble espectáculo de drones figurativos del sábado, incluir una bandera de Palestina. Por frustrante que sea, en este caso no podemos hacer mucho más. No olvidar, no girar la cabeza, seguir mirando y dandónos cuenta al menos del horror que nos está tocando ver.
-El cameo histórico con Caja Rural. No sabemos si nos han copiado la idea (las que nosotros repartimos en los castillos en realidad son de CR de Soria) o se han leído el artículo de Clara Nuño en Salvaje hablando de la recuperación por parte de nuestra generación de la gorra de Caja Rural como símbolo o si simplemente han hecho esa misma interpretación acertadísima, pero el hecho es que la caja de ahorros tenía su propio stand en el recinto y las regalaba y el resultado fue que veías unas 200 al día. Casi más que camisetas de Make Castilla cool again. Una cosa muy bonita.
-La organización en general. Se puede decir del Sonorama que está masificado, pero no creo que nadie haya dicho nunca del Sonorama que está mal organizado. Se adivina, además de la experiencia de los organizadores, una verdadera preocupación de los mismos por hacer el tránsito por el festival, dentro de lo malo, lo más ligero y disfrutable posible. Cada situación había sido prevista y todos los detalles estaban pulidos. Lo comentábamos al inicio del texto: el festival nos resultó duro en algunos momentos, tanto que pensamos que, de no haber sido orquestado y cuidado al milímetro, habría sido directamente insostenible teniendo en cuenta sus dimensiones. Imposible de disfrutar. Y no fue así. Lo disfrutamos. Una vez más hicimos malabares con la precariedad, la diversión y la responsabilidad y pasamos un fin de semana que recordaremos siempre. Así que gracias, Sonorama. Nos vemos el año que viene, pero nos debéis un lechazo.